Y es que mi cama huele a ti a tu recuerdo de miel, con cientos de moscas pegadas en el envés de aquel cristal. Después de treinta días justos después de la última vez, otros momentos sin más, que menos de volver a vernos. Como cambia de sentido, los pilotos, de aviones y autocares, que por allí se llaman ladridos. Que no ladrillos, rojos, como platos, rojos como los zapatos de un payaso. De un circo que cerro ya hace un par de años. Ahora va de magia, hacer aparecer y desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. O no. O si.
Volver a mirar el mar, desde el otro lado de África, subidos en un avión de papel, o en un barquito con un mosquito como capitán, en la capital del sur.
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