Me gustaría, a
veces, poder ponerme mala en el momento justo en el que estás con mucha gente
pero quiere irte para estar a solas.
Pero no puedo. Mis defensas han decido que son más fuertes de lo que pienso,
incluso a veces, mas fuertes que yo. Y tiene gracia, porque creo que soy una
persona bastante fuerte. Me resulta bastante ridículo escribir diarios, y aun
así sigo intentándolo, porque yo, no soy mis defensas. Querría, a veces
también, ser el caballero, que no anda sin un caballo o un par de doncellas y
samas pisándole los talones. Pero no vivimos en una época de caballeros, lanzas
o escuderos, ahora, alguien con un diploma, un montón de horas de biblioteca
tatuadas en el trasero de aquella silla incómoda o una sonrisa de dentista de
un par de miles de euros, son el pase a la final que se busca. Que todos
buscan, porque nadie quiere otra cosa, todos peleamos por tener el mismo final.
Desconocido, y anhelado final, de cuento aún por escribir y que se acabará
convirtiendo en peli, omitiendo detalles que fueron importantes para llegar a
ese final culminante, pero nadie quiere ver las lágrimas del camino, ni los
enfados, ni las caídas. No quieren ver lágrimas de derrota, sino que lloren de
alegría, de felicidad, de entusiasmo. Que se caigan porque les tiemblan las
piernas y no quieren estar en otro lugar en ese momento justo. Eso, no se
enseña en los libros.
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